Santiago Maldonado era incapaz de actuar con violencia

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/2059239-para-sus-amigos-santiago-maldonado-era-incapaz-de-actuar-con-violencia

Así describen al joven desaparecido a su paso por Chiloé, donde estuvo hasta abril; participó de una protesta de pescadores

 ANCUD, Isla Grande de Chiloé.- “Juan” o “el Brujo” -apodos con los que se lo conoce aquí a Santiago Maldonado y que remiten a su admiración por el lonko araucano Calfucurá y a los brebajes medicinales, pócimas y licores que preparaba- es un defensor de la naturaleza y un joven “comprometido con las causas justas”, “pormenorizadamente informado sobre las represiones y desapariciones de mapuches en la Araucanía”, pero “incapaz de actuar con violencia”.
Marcos Ampuero Y Pablo Cárdenas, los tatuadores que compartieron el trabajo con Maldonado
Marcos Ampuero Y Pablo Cárdenas, los tatuadores que compartieron el trabajo con Maldonado.
 

Así lo describen quienes frecuentaron en esta localidad al mochilero. Ellos dibujan un perfil muy disímil de un miembro de Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) capaz de intimidar a un puestero.

En su trato verbal con los carabineros no se colaban rasgos de agresión, tampoco procacidad o insultos solapados. Sin embargo, según sus amigos, fue firme en su negativa a tatuar a cualquier miembro de las fuerzas de seguridad.

Impasible, sin subir el tono de voz, les comunicaba a esas fuerzas que no toleraba: “Yo elijo a quién tatuar y a quién no”. Su desacuerdo ante cualquier gesto de intimidación o gresca entre pares lo empujaba incluso a disculparse con quien fuera en un bar para evitar peleas. Templanza, mesura, humor, carisma, respeto, conciencia de sus límites y ansias de libertad para poder recorrer geografías como mochilero y no quedarse mucho tiempo en ningún lugar, salvo aquí, son los rasgos de personalidad con los que describen a Santiago sus amigos en el local de Legend Tattoo, Marcos Ampuero, de 31 años, y Pablo Cárdenas, de 28.

Ampuero no sólo le dio trabajo, también lo albergó en su casa la primera vez que visitó la isla -en marzo del año pasado- con su ex novia mendocina Ximena, una artesana que usaba muchos piercings y que tenía habilidad para hacer bijouterie en macramé.

Su sensibilidad para apoyar reclamos sociales lo empujó la primera vez que vino a sumarse a una protesta de pescadores chilotes contra compañías pesqueras. Al arrojar toneladas de salmones putrefactos al mar, las empresas produjeron un desastre ambiental de fortísimo impacto en el ecosistema. Mariscos, peces, aves y la fauna marinas morían a medida que avanzaba la contaminación, que restringió durante meses la actividad de los pescadores artesanales, única forma de ingreso para el sostén familiar. El reclamo se extendió un mes y fue noticia nacional. Una barricada infranqueable con acampe y ollas populares en el principal acceso a la isla impidió todo movimiento. Nadie pudo salir o ingresar y ello produjo desabastecimiento. Algunos parajes subsistieron abasteciéndose por vía marítima. A pesar de la metodología extrema de la protesta -“la única forma de anular el cheque en blanco para los desmanejos ambientales”, dicen aquí- la medida ganó amplio consenso en una mayoría de chilotes.

Fobia al encierro

Caty Rozas, en una de las casas donde se alojó el joven en su paso por Chiloé
Caty Rozas, en una de las casas donde se alojó el joven en su paso por Chiloé.
 

En esa barricada lo conoció una noche a Maldonado Caty Rozas, una artesana de 26 años que pintaba con aerosol la leyenda “Fuera salmoneras” en una de las murallas de la ciudad. Maldonado, que estaba acompañado por su novia y tampoco podía abandonar la isla, tenía sus propios aerosoles y la imitó: “Me pongo a rayar [hacer pintadas] porque te vi que lo hacías. Si no, por respeto a la gente de aquí, no lo hacía”. Ése fue el comienzo de una muy profunda complicidad. (Ver aparte).

“«El Brujo» siempre quería volver a Ancud y la segunda vez lo hizo solo. Se quedó en mi casa hasta que consiguió otro lugar”, relata Ampuero.

Las fuentes de subsistencia de Maldonado dependían de su trabajo como tatuador dentro del local. Fóbico al encierro, a la faena de tres días seguidos tatuando, se imponía una tregua de dos jornadas de acampe solo en la naturaleza.

“Santiago podía sobrevivir solo en un bosque. Se alimentaba de hongos, raíces y sabía muy bien qué comer y qué no. Un fuego, su carpa, la ollita donde cocinaba cualquier cosa y dormir bajo las estrellas lo hacían feliz”, cuenta su amigo.

Relata que Maldonado usaba dos celulares argentinos muy antiguos, sin datos. Uno, de tan destruido que estaba, tenía el teclado roto y con él no podía hacer llamadas. Por eso, usaba el otro aparato para llamar y el dañado sólo para atender las comunicaciones, cambiando el chip argentino por otro chileno mientras estuvo aquí. “Pero ¿por qué no lo botas?”, le insistía Ampuero, mientras observaba que Maldonado guardaba en un bolsito distintos chips.

Tres días antes de viajar a El Bolsón, Santiago les contó a sus amigos que había encontrado en la terminal de Puerto Montt un celular de última generación. Adquirió un nuevo chip y así, al menos durante algunos días, usó otra línea chilena. En la causa que investiga su desaparición y que registró una llamada el 2 de agosto, se rastreó sólo un número telefónico chileno. Su plan era vender el nuevo celular en la Argentina porque odiaba la tecnología y las redes sociales. Jamás se mostraba en ellas. Usaba sólo una página de Facebook bajo el seudónimo de Juan Calfucurá para mostrar sus tatuajes.

“Creía-cuenta Pablo Cárdenas, aprendiz de tatuador y quien administra Legend Tattoo-, que los intercambios en las redes eran una pérdida de tiempo, que lo alejaban de la naturaleza”.

Hay pertenencias de Maldonado que jamás fueron encontradas y con las que él tenía gran apego, según relatan en esta localidad: su horno eléctrico para esterilizar y hacer tatuajes, que solía transportar en un carrito de supermercado; su máquina de bronce para tatuar; una cámara digital Cannon, con la que fotografiaba su trabajo y que tenía cinta adhesiva por detrás, y una mochila gris grande y nueva que compró aquí.

En el negocio donde trabajó dejó otra verde, con un jean todavía húmedo y dos buzos, confiado en que iba a regresar.

“Su permanencia aquí estaba sujeta a cómo le fuera económicamente con los tatuajes. Cuando el trabajo mermó, se tomó un ómnibus hacia El Bolsón”, cuenta Adolfo Guerrero, propietario del complejo de cabañas y de un camping, donde Maldonado vivió hasta que se fue. Guerrero lo describe como ” un joven tranquilo, agradable para conversar. Un alma muy libre que había prometido regresar a Ancud”.

“Acá se hizo muy amigo de una chef y de un mapuche argentino que cantaba en la plaza temas de protesta al estilo León Gieco”, dice la pareja de Guerrero, Gladys. “Nosotros nos enteramos por la CNN de su desaparición, pero es imposible que él haya atacado a alguien. Simplemente, nada de eso se condice con el joven que nosotros conocimos”.

Cuando se les pregunta hasta qué punto podría llegar el sacrificio de Maldonado con las causas que apoyaba, hay unanimidad en las percepciones: “No creo que él se prestara a ocultarse para visibilizar un reclamo: primero por su familia, por los problemas legales que ello le ocasionaría pero, fundamentalmente, porque nunca condicionaría su libertad, que era su don más preciado. Él quería irse a España, donde tenía una amiga”, dice Ampuero.

“Es más simple -agrega Cárdenas- que lo que se escucha por ahí. Si había un reclamo, él apoyaba, conversaba y se hacía amigo de todos y podía tirar una piedra, encapucharse como sucedió aquí para no ser identificado, pero jamás ocultarse. Simplemente, ésa no era su personalidad”.

“Cajetilla”. Ésa es la palabra que a sus amigos les llamó la atención y que Maldonado usaba para designar aquello en lo que nunca quería convertirse. La mencionaba mientras rapeaba, tocaba la batería y hablaba sobre astrología, vikingos, medicina alternativa y frutos con los que se podía sobrevivir en la naturaleza.

Ahorrativo, no gastaba en comida. Pedía la fruta madura en las verdulerías, la cortaba y la comía.Se las arreglaba para vivir como le gustaba, sin rendirle cuentas a nadie”, sintetiza Ampuero.

¿Qué dicen sobre Santiago Maldonado?

Marcos Ampuero

Tatuador

“Santiago podía sobrevivir solo en un bosque. Se alimentaba de hongos, raíces. Sabía muy bien qué comer y qué no. Un fuego, su carpa, la ollita donde cocinaba cualquier cosa y dormir bajo las estrellas lo hacían feliz”

Pablo Cárdenas

Aprendiz de tatuador

“Creía que los intercambios en las redes eran una pérdida de tiempo, que lo alejaban dela naturaleza”

Adolfo Guerrero

Propietario de un complejo de cabañas

“Su permanencia en Chiloé estaba sujeta a cómo le fuera económicamente con los tatuajes. Cuando el trabajo mermó, se tomó un ómnibus hacia El Bolsón”

Caty Rozas

Artesana

“Su horizonte era seguir viajando, conocer gente y ser libre”